Abrió lo ojos y dirigió su mirada al cielo, era la primera vez que caía de la bicicleta. Trató de buscar a alguien que lo ayudara, pero no vio a persona alguna. Trató de levantarse y se percató de un raspón en la parte trasera de su pierna. Era grande, rayas entre rojo y rosa. Pasó su mano sobre él y cerró los ojos por el ardor. Pensó en quedarse allí, en el suelo. Pensó en ya no volver a montar la bicicleta, "no quiero caerme y lastimarme de nuevo, no quiero fallar," pensó. Suspiró y aguantando el dolor de su cuerpo por la caída, se puso de pie. Se sacudió la tierra y volteó a ver a su vieja amiga. Sabía que no pasaría nada si la dejaba allí para siempre y no la volvía a ver nunca más... el viento hizo revolotear el cabello del niño y lo hizo recordar todas esas veces que pedaleaba sin parar y el viento le rozaba las mejillas. Recordó a mamá y papá cuando le enseñaron a montar bicicleta, sus rostros de orgullo y felicidad. No quería dejar ir esos recuerdos, no quería no volver a vivirlos una vez más. Tomó su bicicleta, pasó una pierna sobre ella y se dijo a sí mismo: "Puedo intentarlo de nuevo".
Tal vez nosotros mismos seamos el niño y su bicicleta, quizá debamos dejarnos intentarlo de nuevo.
Me encanta la pequeña reflexión al final. Todo tiene un aspecto pintoresco y un poco nostálgico, que puede parecer un poco contrario, pero creo que se complementa la viveza del "aura" general, con lo esperanzador que impregna el texto. - Nicole Soto.
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