El día que el escritor murió, salieron a las calles sus calabras. Se habían quedado atrapadas en aquellos cuadernos de piel por tanto tiempo, que perdieron su forma. Se habían cubierto de polvo y eran ahora letras blancas y pálidas. Se les veía caminar por todos lados, se les veía tratar de mover sus vocales como huesos. Algunas llevaban puestas sus tildes y puntos como gorros, otras iban sin adorno ni estorbo. Las calabras gritaban con voces agudas. No las habían dejado salir en el pasado... las calabras huían del papel y se metían en las casas de los demás. Trataban de entrar por los oídos y metérseles a todos en la cabeza. Le robaban la tinta a cualquiera para vestirse de nuevo. Después de encontrar qué ponerse, se dedicaban a conquistar a los poetas que salían en las noches por unos tragos de whisky y ron.
Tal vez todos seamos culpables por permitir que nuestras palabras mueran y se vuelvan calabras, quizá de vez en cuando la solución sea que salgan de aquí, de mí y de ti.
Me gustó mucho tu cuento, en especial el final porque motiva al lector a escribir. Además, me gusta que tu uso de la palabra inventada (error) es tan creíble. De hecho, dudé si debería buscarla en el diccionario o no, solo para verificar. :)
ResponderBorrar-- Natali Gramajo
Recordaré ahora la palabra "calabra" tienes razón en muchos puntos, esto me motiva a seguir escribiendo mis pensamientos.
ResponderBorrarAtte. Belén Uluán.