¿Cuántas veces no han jugado a ser asesinos aquellos que se enamoran? ¿Cómo es que juegan a matar? Pues bien... hay quienes cuando se enamoran sienten las famosísimas mariposas en la boca del estómago, que se revolotean por todas partes hasta casi desbordárseles por los labios y sienten que algo pasa, tal vez y no acepten que están enamorados o se encuentren en ese punto de asimilación sobre lo que sienten y luego sucede que hay una noticia mala, algo que lo arruina todo y deciden que habrá un asesinato. Pero no hay nada que deba alarmar a los hospitales, ninguna cosa seria que pueda poner a trabajar a la policía. Este asesinato sucede de una forma un tanto pacífica, de manera tranquila y a lo mejor un tanto dolorosa, pero soportable. Forma parte de esos dolores que con el tiempo nos vuelven masoquistas y regresamos a ellos de vez en cuando; métodos de autodestrucción silenciosa, en donde gritamos por ayuda en nuestro silencio.
Verán, estas mariposas que sentimos son los sentimientos por esa persona que una vez se llevó parte de ti, aquella muchacha en el bar, una chica del colegio, el chico que te dijo que te amaba, aquel que se acostó contigo y te dijo entre gemidos que te daría el mundo entero. Esa calidez que sientes en el vientre por la fricción de sus alas y el constante malestar, lo que te hace sentir que vas a vomitar de tanto que estás sintiendo en tu interior.
Y entonces ocurre.
Pasa algo malo, la ves besando a otra chica, lo ves por allí mensajeándole a cualquiera, te dice que hay alguien más... y piensas.
Hay alguien más. Pero aquí estoy yo con más de mil y tres alter egos para besarte de la manera que quieras.
Ya no es lo mismo. Pero prometo se pondrá mejor.
Tomémonos un tiempo. Te regalo mis relojes si me das un beso.
Y te aferras tanto a la idea de ellos en tu vida que borrarlos de la fotografía te resulta doloroso y ves como se descascara el papel en tu memoria y como se te desgarra el corazón. Un día te levantas y te duele demasiado la cabeza, tratas de mantenerte de pie pero te mareas muy rápido...
Te recuerdas de lo que sucedió la noche anterior y te das cuenta que bebiste demasiado, tal vez te besaste con alguna chica o chico y te das cuenta que gracias a Dios estás de alguna manera en tu casa. Crees de nuevo en Dios, solo para dejar de creer al sentir el dolor punzante en todo tu cuerpo. Piensas en ella o él, aquella persona que estás convencido te rompió el corazón y en todas las copas que bebiste en su nombre, en su recuerdo, en sus besos, en sus manoseos y entonces no sientes nada más que un vacío.
Te tocas el vientre y no sientes nada, ni el recuerdo de un hijo y una familia que tenías a lo mejor imaginado. No hay nada...
Y entonces piensas, se fueron, las jodidas mariposas… al fin se fueron.
Y te alegras... luego el vacío es tan grande que desearías que volvieran aunque fuera a molestar, porque eres así, masoquista, como yo, como él y ella.
Tratas de ver más allá hacia tus adentros y es entonces cuando ves que las mariposas no se fueron...
Las ahogamos en tragos.
—911, ¿cuál es su emergencia?
—Yo... acabo de cometer un homicidio.
—¿Se encuentra bien?
—¿Que si me encuentro bien? Acabo de matar a alguien, o algo, no sé que está pasando...
—¿Podría decirme que fue lo que usted hizo con exactitud?
—Maté mis sentimientos, los ahogué en tragos...
Y cuelgan la llamada porque piensan que estás jodiendo.
Cuando en realidad lo que estás es jodido.
Y te quedas solo, con el teléfono en la mano como lo estuviste alguna noche, y lo recuerdas, y te duele.
Y es entonces cuando no queda nada.
Tus construcciones poéticas son inigualables. El imaginario que transmites, con palabras tan cuidadas, en envidiable. Te admiro.
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